La prensa deportiva española está alcanzando las más altas cotas de la miseria. Es cierto que, como decía Borges, el periodismo escribe para el olvido. Pero ellos insisten día tras día en su estulticia como si lamentaran que no llegáramos a recordar sus mentiras, sus argumentos estériles (entiéndase eso como un oxímoron), su bajeza moral y, sobre todo, su hipocresía. Viene eso a cuento de las desinencias de los encuentros futbolísticos que mantuvieron el F.C. Barcelona y el Real Madrid. La prensa especializada de Barcelona y Madrid se encabalgaron en la defensa de sus respectivos equipos, con estrategias casi siempre disparatadas. Una de ellas, consiste en dar voz a los jugadores de fútbol para reclamar sus verdades; unos jugadores la gran mayoría de los cuales tiene una formación intelectual tan básica que, con excepciones, oírles hablar resulta una experiencia antimística. Allá ellos, los directores de los periódicos deportivos, con esa defensa a ultranza de sus equipos, siguiendo la máxima de que sus lectores desean carnaza día tras día, lo cual, de ser cierto, o bien coloca al ser humano con un coeficiente de inteligencia sumamente ínfimo o/y equipara el periodismo deportivo con las tácticas salvajes de la “prensa rosa”.
Lo que resulta el colmo es que, ahora, los periódicos de Madrid se dediquen a propiciar el reencuentro de los jugadores de ambos equipos que coinciden en la selección española. Su gran preocupación es que, después de haberse dicho de todo en el campo y fuera de él, y después de que los periodistas hayan avivado el fuego de la discordia, recordándonos que, se quiera o no, Barcelona y Madrid representan dos cosas distintas en lo futbolístico y, más aún, en lo social y en lo político, los jugadores, esos “lumbreras del conocimiento”, vuelvan a ser amigos del alma para llevar a la selección española a los más altos hitos deportivos. O sea, que se han pasado semanas criticando a los jugadores del Barcelona por “fingimientos” (que expresión tan feliz, ni ellos mismos se dan cuenta de lo mayúsculo que es dominar el arte de fingir), pero si esos mismos jugadores “fingen” defendiendo los colores de la patria, de su patria, entonces podrán ser excusados de tamaño deshonor. Suerte que a algunos esa preocupación no nos desbarata el sueño. Constatamos la anomalía de que a los “fingidores”, al menos, a los que voluntariamente quisieran hacerlo, no se les deja defender otra patria que la única que se quiere que exista. Por otra parte, en Madrid, los periodistas y empresarios de la prensa deberían saber que si dentro de la selección española los jugadores del Barcelona y del Madrid se enfrentan, eso les procurará una venta mayor de periódicos, especialmente si la culpa de esos enfrentamientos es (¡que lo sería, sin duda!) de los jugadores barcelonistas, si de la cantera, mejor.
En el mundo de la cultura suele existir una indiferencia cuando no un desprecio hacia lo deportivo. Y lo entiendo. Yo mismo me extraño de mi interés por el fútbol como espectáculo, por mi obstinación en acudir a estadios deportivos para ver encuentros y comprobar las distintas actitudes del público. Y, sin embargo, mientras estoy allí o mientras hojeo perplejo algún periódico deportivo, me doy cuenta de que el fútbol y el deporte, en general, siguen siendo el opio que el sistema introduce en la sociedad para tenernos ocupados con las insensateces y las estupideces de la gran mayoría de los periodistas deportivos.
Lo que resulta el colmo es que, ahora, los periódicos de Madrid se dediquen a propiciar el reencuentro de los jugadores de ambos equipos que coinciden en la selección española. Su gran preocupación es que, después de haberse dicho de todo en el campo y fuera de él, y después de que los periodistas hayan avivado el fuego de la discordia, recordándonos que, se quiera o no, Barcelona y Madrid representan dos cosas distintas en lo futbolístico y, más aún, en lo social y en lo político, los jugadores, esos “lumbreras del conocimiento”, vuelvan a ser amigos del alma para llevar a la selección española a los más altos hitos deportivos. O sea, que se han pasado semanas criticando a los jugadores del Barcelona por “fingimientos” (que expresión tan feliz, ni ellos mismos se dan cuenta de lo mayúsculo que es dominar el arte de fingir), pero si esos mismos jugadores “fingen” defendiendo los colores de la patria, de su patria, entonces podrán ser excusados de tamaño deshonor. Suerte que a algunos esa preocupación no nos desbarata el sueño. Constatamos la anomalía de que a los “fingidores”, al menos, a los que voluntariamente quisieran hacerlo, no se les deja defender otra patria que la única que se quiere que exista. Por otra parte, en Madrid, los periodistas y empresarios de la prensa deberían saber que si dentro de la selección española los jugadores del Barcelona y del Madrid se enfrentan, eso les procurará una venta mayor de periódicos, especialmente si la culpa de esos enfrentamientos es (¡que lo sería, sin duda!) de los jugadores barcelonistas, si de la cantera, mejor.
En el mundo de la cultura suele existir una indiferencia cuando no un desprecio hacia lo deportivo. Y lo entiendo. Yo mismo me extraño de mi interés por el fútbol como espectáculo, por mi obstinación en acudir a estadios deportivos para ver encuentros y comprobar las distintas actitudes del público. Y, sin embargo, mientras estoy allí o mientras hojeo perplejo algún periódico deportivo, me doy cuenta de que el fútbol y el deporte, en general, siguen siendo el opio que el sistema introduce en la sociedad para tenernos ocupados con las insensateces y las estupideces de la gran mayoría de los periodistas deportivos.
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