Las nuevas tecnologías han promovido un nuevo
comportamiento, una nueva implicación del sujeto con la sociedad, lo que quiero
llamar “los revolucionarios de salón”. Me refiero a aquella creciente especie de
individuos que juzga, recrimina e incluso demoniza a los otros desde el muro de
Facebook, desde su twitter, desde las más variadas pantallas y dispositivos,
pero que siempre lo hacen sin ningún contacto con la realidad. Lo del salón es
una metáfora. En ocasiones, la gente va en el metro y divulga a través de sus
cuentas sus impresiones sobre lo mal que va el mundo, pero si levantasen la
vista de su pantalla de móvil podrían comprobar que a su lado viaja gente real.
El salón es, digamos, el aparato.
Me aterran los revolucionarios de salón en lo
político. Aquellos que demonizan a las formaciones políticas que han ocupado
ayuntamientos, que acceden desde abajo al poder para transformarlo, que están
cambiando las cosas o que lo intentan, pero ellos siempre encuentran fallos,
grietas. Y no tienen ningún reparo en difundir noticias falsas (como que Ada
Colau se ha puesto un sueldo estratosférico, contraviniendo sus promesas
electorales) porque nunca contrastan la fuente que están enlazando; ellos están
en posesión de su verdad revolucionaria, aunque sea de salón. Otros, que afean el
abrazo de David Fernández con Artur Mas, aunque nunca estuvieron implicados
como el político de la CUP en los movimientos ciudadanos reales o reivindicaron
el Parlament de Catalunya con sus palabras y con sus gestos como nadie lo había
hecho antes. O los que se volvieron moralistas de boatiné y atacaron rápidamente
al concejal madrileño Zapata des de la supuesta izquierda por unos tuits
antiguos y descontextualizados, ellos no se habían involucrado como Guillermo
Zapata en el movimiento 15M, ¿pero eso qué más da?, allá estaban para recuperar
el orden revolucionario desde el salón retroiluminado de su casa.
No soporto a todos los que viven de su pasado, de su
lucha contra el franquismo, de su encarcelamientos, que lucen explícita o
implícitamente en sus posts, en los que juzgan las nuevas maneras de batallar que tienen las recientes generaciones por unos
nuevos logros, ya que aquellos (o algunos de sus) sacrificios terminaron en una
democracia imperfecta, bueno, sin eufemismos, en una democracia corrupta. En
lugar de vivir de los aranceles de su pasado, que se inyecten nueva sangre y
dejen de fustigar a los que se comprometen de verdad con el futuro desde hoy.
Me irritan los revolucionarios de salón en la
universidad. Especialmente, los de mi ramo, la humanística. Aquellos que, desde
que obtuvieron su plaza, apenas han publicado trabajos de investigación, que
mucho menos saben conectar sus aulas con el mundo real; todavía explican a
Platón, a Kant o a Rodin como si estuvieran vivos, pero los convierten en
momias. Pero en sus muros se atreven a glorificar su mundo académico y a
criticar a los que abren las ventanas de las facultades universitarias para que
nuestros alumnos dejen de respirar efluvios de sudor antiguo.
Me soliviantan los revolucionarios de salón en lo
artístico, todos aquellos que desde su púlpito virtual dicen como deben ser las
cosas, acusan a artistas comprometidos en lo político por sus contradicciones,
que las tendrán, ¿cómo no?, pero lo hacen desde la comodidad de su iphone.
Todos esos que corren a divulgar las objeciones al arte contemporáneo, aunque
sea mediante un argumentario debilucho y rastrero, y al día siguiente cantan
las “verdades” del arte santificado, el del pasado, el del museo que lo
convierte en carne de olvido. Todos esos que confunden los salones del Museo del
Prado con sus propios salones y, ¡lerdos ellos!, creen que se trata de salones
revolucionarios.
Sí, los revolucionarios de salón se están convirtiendo en una plaga. Y debemos alertar a la sociedad de su existencia. Compartid en vuestros muros de FB y en vuestros tweets esta declaración, nadie esta a salvo de esa tendencia antirrevolucionaria. Si utilizas estos medios no puedes escapar a su abducción, tú también eres un revolucionario de salón. ¿Que cómo lo sé? Porque yo también soy un revolucionario de salón, de pantalla de ordenador o de móvil, porque ya hace tiempo que juzgo a los demás desde la comodidad de la butaca, pero no me mancho en una manifestación, corriendo frente a la policía, gritando a los verdaderamente culpables en su cara, escupiéndoles si hiciera falta... No, hace tiempo que escribo cosas como estas, en el plácido salón donde nunca ocurre nada, nada, nada...
Comentaris
Publica un comentari a l'entrada